El tema del cielo, Introducción, Extracto de El Cielo (Introduction, Excerpt from Heaven)

No se angustien. Confíen en Dios y confíen también en mí. En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas; si no fuera así, ya se lo habría dicho a ustedes. Voy a prepararles un lugar. Y si me voy y se lo preparo, vendré para llevármelos conmigo. Así ustedes estarán donde yo esté. Ustedes ya conocen el camino para ir adonde yo voy. (Juan 14:1-3)

El sentido de que viviremos para siempre en algún lugar le ha dado forma a cada civilización en la historia de la humanidad. Los aborígenes australianos se imaginan al Cielo como una isla distante más allá del horizonte occidental. Los finlandeses primitivos pensaban que era una isla en el distante oriente. Los mexicanos, los peruanos y los polinesios pensaban que iban al sol o a la luna después de la muerte.1  Los indios nativos norteamericanos creían que en el más allá sus espíritus cazarían los espíritus de los búfalos.2 La epopeya Gilgamesh, que es una antigua legenda babilónica, se refiere a un lugar de descanso de hé- roes y hace insinuaciones en cuanto a un árbol de la vida. En las pirámides de Egipto colocaban mapas al lado de los cuerpos embalsamados para guiarlos al mundo futuro.3 Los romanos creían que los justos harían un picnic en los Campos Elíseos mientras sus caballos pastaban en las cercanías. Aunque esas ilustraciones de la vida después de la muerte difieren, el testimonio unido del corazón humano a través de la historia es la creencia en vida después de la muerte. La evidencia antropológica sugiere que cada cultura tiene un sentido innato de lo eterno dado por Dios.4

La Preocupación de Los Christianos Primitivos Acerca del Cielo

Las catacumbas romanas, donde fueron enterrados los cuerpos de muchos cristianos martirizados, contienen tumbas con epitafios como los siguientes:

  • En Cristo, Alejandro no está muerto sino vive.
  • Uno que vive con Dios.
  • Él fue llevado a su morada eterna.5

Un historiador escribe: “Los dibujos en las paredes de las catacumbas representan el Cielo con hermosos paisajes, niños jugando y personas comiendo en banquetes”.6

En el año 125 de nuestra era, un griego llamado Arístides le escribió a un amigo acerca del cristianismo explicándole por qué esta “nueva religión” tenía tanto éxito: “Si un hombre justo entre los cristianos deja este mundo, ellos se regocijan y le dan gracias a Dios, y acompañan su cuerpo con canciones y agradecimiento como si fueran de un lugar a otro cercano”.7

En el tercer siglo, Cipriano, que era uno de los padres de la iglesia, dijo: “Celebremos el día que nos asigna a cada uno a su propio hogar, que nos quita de este lugar y nos libera de los lazos de este mundo, y nos restaura al paraíso y al reino. Cualquiera que haya estado en tierras extranjeras anhela regresar a su propia tierra natal. . . . Nosotros miramos al paraíso como nuestra tierra natal”.8

Las perspectivas de estos cristianos primitivos nos suenan casi extrañas hoy en día, pero sus creencias estaban arraigadas en las Escrituras. Por ejemplo, el apóstol Pablo escribe: “Para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia. . . . deseo partir y estar con Cristo, que es muchísimo mejor” (Filipenses 1:21, 23). Él también escribió: “Sabemos que mientras vivamos en este cuerpo estaremos alejados del Señor. . . . Preferiríamos ausentarnos de este cuerpo y vivir junto al Señor” (2 Corintios 5:6, 8).

Cuando Jesús les dijo a sus discípulos: “En el hogar de mi Padre hay muchas viviendas. . . . Voy a prepararles un lugar” (Juan 14:2), en forma deliberada escogió términos físicos comunes (hogar, viviendas, lugar) para describir adonde iba y lo que estaba preparando para nosotros. Él quiso darles a sus discípulos (y a nosotros) algo tangible que anticipar —un lugar real donde ellos (y nosotros) iríamos para estar con Él.

Ese lugar no era un reino etéreo de espíritus sin cuerpo, porque los seres humanos no son adecuados para tal lugar. Un lugar, por naturaleza, es físico, al igual que, por naturaleza, los seres humanos son físicos. (También somos espirituales.) Para lo que somos adecuados—para lo que hemos sido diseñados específicamente— es para un lugar como el que Dios hizo para nosotros: la Tierra.

En este libro veremos, de las Escrituras, una verdad emocionante y sin embargo descuidada: Que Dios nunca abandonó su plan original de que los seres humanos moraran en la Tierra. De hecho, el clímax de la historia será la creación de nuevos cielos y una nueva Tierra, un universo resucitado habitado por personas resucitadas que vivirán con un Jesús resucitado (Apocalipsis 21:1-4).

Nuestra Enfermedad Final

Como seres humanos tenemos una enfermedad final llamada mortalidad. El porcentaje de muerte actual es 100 por ciento. A menos que Cristo regrese pronto, todos vamos a morir. En todo el mundo, 3 personas mueren por segundo, 180 por minuto, y casi 11.000 por hora. Si la Biblia está en lo correcto en cuanto a lo que nos sucede después de la muerte, quiere decir que todos los días más de 250.000 personas van al Cielo o al infierno.

David dijo: “Hazme saber, Señor, el límite de mis días y el tiempo que me queda por vivir; hazme saber lo efímero que soy. Muy breve es la vida que me has dado; ante ti, mis años no son nada. Un soplo nada más es el mortal” (Salmo 39:4-5).

Dios usa el sufrimiento y la muerte inminente para desligarnos de este mundo y para que nuestras mentes estén enfocadas en lo que está más allá. He pasado mucho tiempo hablando con personas a quienes les han diagnosticado enfermedades mortales. Estas personas, y sus seres amados, tienen un interés repentino e insaciable en la vida después de la muerte. La mayoría de las personas viven sin prepararse para la muerte. Pero las que son sabias irán a una fuente confiable a investigar qué hay al otro lado. Y si descubren que las decisiones que tomaron durante su breve paso por este mundo tienen importancia en cuanto al mundo venidero, van a querer cambiar esas decisiciones consecuentemente.

Jesús vino para librarnos del temor a la muerte “para anular, mediante la muerte, al que tiene el dominio de la muerte —es decir, al diablo—, y librar a todos los que por temor a la muerte estaban sometidos a esclavitud durante toda la vida” (Hebreos 2:14-15).

En vista de la futura resurrección de los muertos, el apóstol Pablo pregunta: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?” (1 Corintios 15:55).

¿Qué es lo que nos libra del temor a la muerte? ¿Qué es lo que remueve el aguijón de la muerte? Solamente una relación con la persona que murió en nuestro lugar, la que ha ido a preparar un lugar para que nosotros vivamos con Él.

Cuando se ve la Costa

Tal vez ha venido usted a leer este libro agobiado, desalentado, deprimido, o aun traumatizado. Tal vez sus sueños—su matrimonio, su carrera o sus ambiciones—se han derrumbado. Tal vez se ha vuelto cínico o ha perdido la esperanza. Una comprensión bíblica en cuanto al Cielo pude cambiar todo eso.

En el año 1952, la joven Florence Chadwick entró al Océano Pacífico en la El tema del Cielo costa de la isla Catalina, California, con la determinación de nadar hasta llegar a la costa del continente. Ella ya había sido la primera mujer que cruzó nadando el Canal de la Mancha en ambos sentidos. El tiempo estaba nublado y frío así que apenas podía ver a los botes que la acompañaban. Y sin embargo, ella nadó quince horas. Cuando rogó que la sacaran del agua, su madre, que estaba en uno de los botes que iban a su lado, le dijo que estaba cerca y que lo podía lograr. Finalmente, extenuada física y emocionalmente, dejó de nadar y fue sacada del agua. No fue sino hasta que estuvo en el bote que descubrió que la costa estaba a menos de un kilómetro de distancia. En una conferencia noticiosa al día siguiente, ella dijo: “Todo lo que podía ver era la niebla. . . . Creo que si hubiera podido ver la costa, lo hubiera logrado”.9

Considere las palabras de ella: “Creo que si hubiera podido ver la costa, lo hubiera logrado”. Para los creyentes, esa costa, esa ribera, es Jesús y estar con Él en el lugar que prometió preparar para nosotros, donde viviremos con Él para siempre. La costa que deberíamos esperar con anticipación es la nueva Tierra. Si podemos ver a través de la niebla e imaginarnos nuestro hogar eterno con los ojos de la mente, nos confortará y nos dará fuerzas.

Si usted está cansado y no sabe si puede continuar avanzando, oro para que este libro le dé visión, aliento y esperanza. No importa lo difícil que se vuelva la vida, si usted puede ver la costa y si toma su fuerza de Cristo, lo va a lograr.

Oro para que este libro le ayude a ver la costa.


Extracto de El Cielo por Randy Alcorn, Introducción.


Notas

1 J. Sidlow Baxter, The Other Side of Death: What the Bible Teaches about Heaven and Hell [El otro lado de la muerte: Lo que la Biblia enseña acerca del Cielo y el Infierno] (Grand Rapids: Kregel, 1987), 237.
2 Harvey Minkoff, The Book of Heaven [El libro del Cielo] (Owings Mills, Md.: Ottenheimer, 2001), 87.
3 Edward Donnelly, Biblical Teaching on the Doctrines of Heaven and Hell [La enseñanza bíblica acerca del Cielo y el Infierno] (Edinburgh: Banner of Truth, 2001), 64.
4 Don Richardson, Eternity in Their Hearts [La eternidad en sus corazones], ed. rev. (Ventura, Calif.: Regal, 1984).
5 Spiros Zodhiates, Life after Death [Vida después de la muerte] (Chattanooga: AMG, 1977), 100–101.
6 Ulrich Simon, Heaven in the Christian Tradition [El Cielo en la tradición cristiana] (London: Wyman and Sons, 1958), 218.
7 Aristides, Apology [Apología], 15.
8 Cyprian, Mortality [La mortalidad], capítulo 26.
9 C. J. Mahaney, “Loving the Church” [“Amando a la iglesia”] (mensaje grabado, Iglesia de Covenant Life, Gaithersburg, Md., sin fecha); lea la historia de Florence Chadwick en http://www.vanguard.edu/ vision2010.



Introduction, The Subject of Heaven (Excerpt from Heaven)

Do not let your hearts be troubled. Trust in God; trust also in me. In my Father’s house are many rooms; if it were not so, I would have told you. I am going there to prepare a place for you. And if I go and prepare a place for you, I will come back and take you to be with me that you also may be where I am. (John 14:1-3)

The sense that we will live forever somewhere has shaped every civilization in human history. Australian aborigines pictured Heaven as a distant island beyond the western horizon. The early Finns thought it was an island in the faraway east. Mexicans, Peruvians, and Polynesians believed that they went to the sun or the moon after death.10 Native Americans believed that in the afterlife their spirits would hunt the spirits of buffalo.11 The Gilgamesh epic, an ancient Babylonian legend, refers to a resting place of heroes and hints at a tree of life. In the pyramids of Egypt, the embalmed bodies had maps placed beside them as guides to the future world.12 The Romans believed that the righteous would picnic in the Elysian fields while their horses grazed nearby. Seneca, the Roman philosopher, said, “The day thou fearest as the last is the birthday of eternity.” Although these depictions of the afterlife differ, the unifying testimony of the human heart throughout history is belief in life after death. Anthropological evidence suggests that every culture has a God-given, innate sense of the eternal—that this world is not all there is.13

Early Christians’ Preoccupation with Heaven

The Roman catacombs, where the bodies of many martyred Christians were buried, contain tombs with inscriptions such as these:

  • In Christ, Alexander is not dead, but lives.
  • One who lives with God.
  • He was taken up into his eternal home.14

One historian writes, “Pictures on the catacomb walls portray Heaven with beautiful landscapes, children playing, and people feasting at banquets.”15

In AD 125, a Greek named Aristides wrote to a friend about Christianity, explaining why this “new religion” was so successful: “If any righteous man among the Christians passes from this world, they rejoice and offer thanks to God, and they escort his body with songs and thanksgiving as if he were setting out from one place to another nearby.”16

In the third century, the church father Cyprian said, “Let us greet the day which assigns each of us to his own home, which snatches us from this place and sets us free from the snares of the world, and restores us to paradise and the kingdom. Anyone who has been in foreign lands longs to return to his own native land. . . . We regard paradise as our native land.”17

These early Christian perspectives sound almost foreign today, don’t they? But their beliefs were rooted in the Scriptures, where the apostle Paul writes, “To me, to live is Christ and to die is gain. . . . I desire to depart and be with Christ, which is better by far” (Philippians 1:21, 23). He also wrote, “As long as we are at home in the body we are away from the Lord. . . . We . . . would prefer to be away from the body and at home with the Lord” (2 Corinthians 5:6, 8).

When Jesus told his disciples, “In my Father’s house are many rooms. . . . I am going there to prepare a place for you” (John 14:2), he deliberately chose common, physical terms (house, rooms, place) to describe where he was going and what he was preparing for us. He wanted to give his disciples (and us) something tangible to look forward to—an actual place where they (and we) would go to be with him.

This place is not an ethereal realm of disembodied spirits, because human beings are not suited for such a realm. A place is by nature physical, just as human beings are by nature physical. (We are also spiritual.) What we are suited for—what we’ve been specifically designed for—is a place like the one God made for us: Earth.

In this book, we’ll see from Scripture an exciting yet strangely neglected truth—that God never gave up on his original plan for human beings to dwell on Earth. In fact, the climax of history will be the creation of new heavens and a New Earth, a resurrected universe inhabited by resurrected people living with the resurrected Jesus (Revelation 21:1-4).

Our Terminal Disease

As human beings, we have a terminal disease called mortality. The current death rate is 100 percent. Unless Christ returns soon, we’re all going to die. We don’t like to think about death; yet, worldwide, 3 people die every second, 180 every minute, and nearly 11,000 every hour. If the Bible is right about what happens to us after death, it means that more than 250,000 people every day go either to Heaven or Hell.

David said, “Show me, O Lord, my life’s end and the number of my days; let me know how fleeting is my life. You have made my days a mere handbreadth; the span of my years is as nothing before you. Each man’s life is but a breath” (Psalm 39:4-5). Picture a single breath escaping your mouth on a cold day and dissipating into the air. Such is the brevity of life here. The wise will consider what awaits us on the other side of this life that so quickly ends.

God uses suffering and impending death to unfasten us from this earth and to set our minds on what lies beyond. I’ve lost people close to me. (Actually, I haven’t lost them, because I know where they are—rather, I’ve lost contact with them.) I’ve spent a lot of time talking to people who’ve been diagnosed with terminal diseases. These people, and their loved ones, have a sudden and insatiable interest in the afterlife. Most people live unprepared for death. But those who are wise will go to a reliable source to investigate what’s on the other side. And if they discover that the choices they make during their brief stay in this world will matter in the world to come, they’ll want to adjust those choices accordingly.

Ancient merchants often wrote the words memento mori—“think of death” —in large letters on the first page of their accounting books.18 Philip of Macedon, father of Alexander the Great, commissioned a servant to stand in his presence each day and say, “Philip, you will die.” In contrast, France’s Louis XIV decreed that the word death not be uttered in his presence. Most of us are more like Louis than Philip, denying death and avoiding the thought of it except when it’s forced upon us. We live under the fear of death.

Jesus came to deliver us from the fear of death, “so that by his death he might destroy him who holds the power of death—that is, the devil—and free those who all their lives were held in slavery by their fear of death” (Hebrews 2:14-15).

In light of the coming resurrection of the dead, the apostle Paul asks, “Where, O death, is your victory? Where, O death, is your sting?” (1 Corinthians 15:55).

What delivers us from the fear of death? What takes away death’s sting? Only a relationship with the person who died on our behalf, the one who has gone ahead to make a place for us to live with him. If we don’t know Jesus, we will fear death and its sting—and we should.

Seeing the Shore

Perhaps you’ve come to this book burdened, discouraged, depressed, or even traumatized. Perhaps your dreams—your marriage, career, or ambitions—have crumbled. Perhaps you’ve become cynical or have lost hope. A biblical understanding of the truth about Heaven can change all that.

In 1952, young Florence Chadwick stepped into the waters of the Pacific Ocean off Catalina Island, determined to swim to the shore of mainland California. She’d already been the first woman to swim the English Channel both ways. The weather was foggy and chilly; she could hardly see the boats accompanying her. Still, she swam for fifteen hours. When she begged to be taken out of the water along the way, her mother, in a boat alongside, told her she was close and that she could make it. Finally, physically and emotionally exhausted, she stopped swimming and was pulled out. It wasn’t until she was on the boat that she discovered the shore was less than half a mile away. At a news conference the next day she said, “All I could see was the fog. . . . I think if I could have seen the shore, I would have made it.”19

Consider her words: “I think if I could have seen the shore, I would have made it.” For believers, that shore is Jesus and being with him in the place that he promised to prepare for us, where we will live with him forever. The shore we should look for is that of the New Earth. If we can see through the fog and picture our eternal home in our mind’s eye, it will comfort and energize us.

If you’re weary and don’t know how you can keep going, I pray this book will give you vision, encouragement, and hope. No matter how tough life gets, if you can see the shore and draw your strength from Christ, you’ll make it.

I pray this book will help you see the shore.


Excerpt from Heaven by Randy Alcorn, Introduction.


Notes
10 J. Sidlow Baxter, The Other Side of Death: What the Bible Teaches about Heaven and Hell (Grand Rapids: Kregel, 1987), 237.
11 Harvey Minkoff, The Book of Heaven (Owings Mills, Md.: Ottenheimer, 2001), 87.
12 Edward Donnelly, Biblical Teaching on the Doctrines of Heaven and Hell (Edinburgh: Banner of Truth, 2001), 64.
13 Don Richardson, Eternity in Their Hearts, rev. ed. (Ventura, Calif.: Regal, 1984).
14 Spiros Zodhiates, Life after Death (Chattanooga:AMG, 1977), 100–101.
15 Ulrich Simon, Heaven in the Christian Tradition (London: Wyman and Sons, 1958), 218.
16 Aristides, Apology, 15.
17 Cyprian, Mortality, chap. 26.
18 Basilea Schlink, What Comes after Death? (Carol Stream, Ill.: Creation House, 1976), 20.
19 C. J. Mahaney, “Loving the Church” (taped message, Covenant Life Church, Gaithersburg, Md., n.d.); read the story of Florence Chadwick at http://www.vanguard.edu/vision2010.

Photo by Josh Hild on Unsplash

Randy Alcorn (@randyalcorn) is the author of over sixty books and the founder and director of Eternal Perspective Ministries

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