Porqué no hay necesidad de elegir entre la felicidad y la santidad (Why We Don't Need to Choose Between Happiness and Holiness)

Como pastor joven, prediqué, como otros todavía lo hacen, "Dios nos llama a la santidad, no a la felicidad." Hay una verdad a medias en ello. Vi a cristianos ir tras de lo que pensaron que los haría felices caer luego en inmoralidad sexual, alcoholismo, materialismo y obsesión por el éxito.

Estaba tratando de oponerme a nuestra tendencia humana de poner preferencias y comodidad por sobre la obediencia a Cristo. Todo eso sonaba tan espiritual, y podría citar muchísimos autores y predicadores que estaban de acuerdo conmigo.

Ahora estoy convencido de que todos estábamos muy equivocados.

Había varios defectos en mi forma de pensar, incluyendo poca congruencia con mi propia experiencia. Yo había encontrado una felicidad profunda en Cristo; ¿no provenía eso de Dios? Aun más, llamar a la gente a rechazar la felicidad en favor de la santidad era poco efectivo. Puede que llegara a funcionar por un tiempo pero no a la larga.

Tony Reinke da en el clavo: "El pecado es gozo envenenado. La santidad es gozo aplazado y procurado".

Algunos cristianos ven a la felicidad como lo opuesto a la santidad, pero la Escritura dice lo contrario.

Considera Levítico 9:24: "Un fuego ardiente salió de la presencia del Señor y consumió la ofrenda quemada ... sobre el altar. Cuando los israelitas lo vieron, gritaron de alegría y se postraron rostro en tierra" (NTV). El Dios radicalmente Santo envió fuego, ¿y ellos qué hicieron? Se postraron rostro en tierra . . . ¡y "gritaron de alegría"! Esta respuesta excepcional proviene de la pura santidad que hay en la sumisión combinada con la pura felicidad de la alabanza.

2 Crónicas 6:41 dice, "que tus leales servidores se alegren en tu bondad" (NTV). El ser santo es ver a Dios tal como es y hacerse más como él, cubierto en la justicia de Cristo. Y puesto que la naturaleza de Dios es ser feliz (como vimos en la parte 2), entre más somos como él a través de nuestra santificación, más felices somos.

Cualquier comprensión de Dios que no sea compatible con una perspectiva de Dios como elevado e infinitamente santo, como en Ezequiel 1:26-28 e Isaías 6:1-4, a la vez que con una perspectiva del Cristo glorificado de Apocalipsis 1, es completamente falsa. Dios se opone al pecado con decisión y sin chistar pero en ninguna manera se opone a la felicidad. En efecto, la santidad es lo que asegura nuestra felicidad.

Lo que nos hace mejores, nos hace más felices.

En los países occidentales, es la opinión popular que los estándares morales altos son tontos y degradantes; que son constructos humanos de mentalidad estrecha - imposibles de mantener y contrarios a la felicidad. Dicha mentira ha sido excepcionalmente eficaz. Parece que tenemos que elegir entre pecar para ser felices y abstenernos de la felicidad a través de una privación santa.

Si creemos la mentira de que decirle no al pecado significa decirle no a la felicidad, ninguna cantidad de auto-control nos detendrá de finalmente buscar la felicidad en el pecado. John Piper escribe, "Disfruta de una satisfacción superior. Cultiva destrezas por el placer en Cristo . . . Fuiste creado para atesorar a Cristo con todo tu corazón - más de lo que atesoras el sexo o el azúcar o los deportes o ir de compras. Si tienes poco gusto por Jesús, otros placeres triunfarán".

La santidad no significa abstenerse del placer; la santidad significa reconocer a Jesús como la fuente del mayor placer de la vida.

Spurgeon dijo: "La santidad es el camino regio a la felicidad. La muerte del pecado es la vida de la alegría".

Un Evangelio que promueve la santidad por sobre la felicidad no son buenas noticias.

Con demasiada frecuencia, nuestro mensaje al mundo se convierte en un evangelio falso que le pone a la gente una carga imposible: para ser cristiano, debes renunciar a querer ser feliz y en su lugar elegir ser santo. "Renuncia a la felicidad; elige la santidad en su lugar" no es una buena noticia en ningún sentido, ¡y por lo tanto no es el verdadero Evangelio! Se asemeja más a la cosmovisión legalista de los fariseos que Jesús condenó (ver Mateo 23: 2-4).

El profesor de seminario y teólogo Bruce Ware me dijo: "De los ochenta niños que crecieron en nuestra iglesia bíblica, mi hermana y yo podemos contar con una mano los que ahora caminan con Jesús".

Si se les da a escoger, es predecible que las personas que crecen en iglesias evangélicas vayan a elegir lo que parece ser deliciosa felicidad en el mundo sobre de la santidad exigente de la iglesia. Satanás trata de manipular el juego al hacernos creer que no podemos tener tanto felicidad como santidad. Ofrece a la gente una elección entre tener hambre y sed, o tener comida y bebida, y su elección es obvia. No importa que la comida pueda tener cianuro o la bebida esté envenenada con arsénico. Cualquier ofrecimiento de felicidad, con o sin santidad, siempre va a ganar sobre de un ofrecimiento de santidad desprovista de felicidad.

CS Lewis escribió a un amigo estadounidense, "Qué poco saben las personas que piensan que la santidad es aburrida. Cuando uno se encuentra con la cosa verdadera. . . es irresistible. Si solo el 10% de la población mundial la tuviera, ¿no sería que el mundo entero fuera convertido y feliz antes del fin de un año?".

La santidad y la felicidad son como ADN espiritual.

La hélice doble del ADN está perfectamente equilibrada en el núcleo de la vida humana. Dos cadenas se envuelven alrededor la una de la otra, formando un eje de simetría y proporcionando un complemento perfecto la una para la otra.

Dios ha hecho que la santidad y la felicidad gocen de una relación similar: cada una se beneficia de la otra. Para aquellos de nosotros que somos creyentes centrados en Cristo, nuestras vidas deberían rebosar de ambas. Ninguna de las dos por sí sola será suficiente; las dos juntas son esenciales para la vida verdaderamente centrada en Cristo.

Cuando Jesús dice "sean perfectos" (Mateo 5:48), deberíamos reconocer que la verdadera felicidad en él es parte de lo que tiene en mente. Nuestro placer se gana en los momentos en que descubrimos de primera mano por qué los caminos de Dios son verdaderamente mejores. Cuanto más descubrimos los caminos de Dios y experimentamos la bondad de su santidad, menos tratamos de encontrar la felicidad aparte de él.

 


Why We Don't Need to Choose Between Happiness and Holiness

As a young pastor, I preached, as others still do, “God calls us to holiness, not happiness.” There’s a half-truth in this. I saw Christians pursue what they thought would make them happy, falling headlong into sexual immorality, alcoholism, materialism, and obsession with success.

I was attempting to oppose our human tendency to put preferences and convenience before obedience to Christ. It all sounded so spiritual, and I could quote countless authors and preachers who agreed with me.

I’m now convinced we were all dead wrong.

There were several flaws in my thinking, including inconsistency with my own experience. I’d found profound happiness in Christ; wasn’t that from God? Furthermore, calling people to reject happiness in favor of holiness was ineffective. It might work for a while but not in the long run.

Tony Reinke gets it right: “Sin is joy poisoned. Holiness is joy postponed and pursued.”

Some Christians see happiness as the opposite of holiness. But Scripture says otherwise.

Consider Leviticus 9:24: “Fire came out from the presence of the Lord and consumed the burnt offering . . . on the altar. And when all the people saw it, they shouted for joy and fell facedown” (NIV). The radically holy God sent down fire, and they did what? They fell facedown . . . and “shouted for joy”! This remarkable response flows from the utter holiness of submission combined with the utter happiness of praise.

Second Chronicles 6:41 says, “May your holy people be happy because of your goodness” (NCV). To be holy is to see God as he is and to become like him, covered in Christ’s righteousness. And since God’s nature is to be happy (as we saw in part 2), the more like him we become in our sanctification, the happier we become.

Any understanding of God that’s incompatible with the lofty and infinitely holy view of God in Ezekiel 1:26-28 and Isaiah 6:1-4, along with the powerful view of the glorified Christ in Revelation 1, is utterly false. God is decidedly and unapologetically anti-sin, but in no sense anti-happiness. Indeed, holiness is what secures our happiness.

What makes us better makes us happier.

In Western nations, popular opinion holds that high moral standards are foolish, demeaning, and narrow-minded human constructs—impossible to maintain and contrary to happiness. This lie has been remarkably effective. We seem to have to choose between sinning to be happy and abstaining from happiness through righteous self-deprivation.

If we believe the lie that saying no to sin means saying no to happiness, then no amount of self-restraint will keep us from ultimately seeking happiness in sin. John Piper writes, “Enjoy a superior satisfaction. Cultivate capacities for pleasure in Christ. . . . You were created to treasure Christ with all your heart—more than you treasure sex or sugar or sports or shopping. If you have little taste for Jesus, competing pleasures will triumph.”

Holiness doesn’t mean abstaining from pleasure; holiness means recognizing Jesus as the source of life’s greatest pleasure.

Spurgeon said, “Holiness is the royal road to happiness. The death of sin is the life of joy.”

A gospel that promotes holiness over happiness isn’t good news.

Too often our message to the world becomes a false gospel that lays upon people an impossible burden: to be a Christian, you must give up wanting to be happy and instead choose to be holy. “Give up happiness; choose holiness instead” is not good news in any sense, and therefore it is not the true gospel! It bears more resemblance to the legalistic worldview of the Pharisees Jesus condemned (see Matthew 23:2-4).

Theologian and seminary professor Bruce Ware told me, “Of the eighty kids who grew up in our Bible-believing church, my sister and I can count on one hand those now walking with Jesus.”

If given a choice, people who grow up in evangelical churches will predictably choose what appears to be the delightful happiness of the world over the dutiful holiness of church. Satan tries to rig the game by leading us to believe we can’t have both happiness and holiness. Offer people a choice between being hungry and thirsty or having food and drink, and their choice is obvious. Never mind that the meal may be laced with cyanide or the drink injected with arsenic. Any offer of happiness, with or without holiness, will always win over an offer of holiness devoid of happiness.

C. S. Lewis wrote to an American friend, “How little people know who think that holiness is dull. When one meets the real thing . . . it is irresistible. If even 10% of the world’s population had it, would not the whole world be converted and happy before a year’s end?”

Holiness and happiness are like spiritual DNA.

DNA’s double helix is perfectly balanced at the core of human life. Two strands wrap around each other, forming an axis of symmetry and providing a perfect complement for each other.

God has made holiness and happiness to enjoy a similar relationship: each benefits from the other. For those of us who are Christ-centered believers, our lives should overflow with both. Neither alone will suffice; both together are essential for the truly Christ-centered life.

When Jesus says, “Be perfect” (Matthew 5:48), we should recognize that true happiness in him is part of what he intends. Our pleasure is won in the “Aha!” moments of discovering firsthand why God’s ways really are best. The more we discover God’s ways and experience the goodness of his holiness, the less we try to find happiness apart from him.

Learn more in Randy's book Happiness

Photo: Unsplash

Randy Alcorn (@randyalcorn) is the author of over sixty books and the founder and director of Eternal Perspective Ministries

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